sábado, 11 de noviembre de 2006

Desnuda

Desnuda

A mi paso la vereda se convierte en un sendero de tierra colorada. En los postes oxidosos del alumbrado crecen brotes llenos de hojas y el relieve metálico se transforma en corteza. Hormigas van y vienen en filita.
De las alcantarillas-madrigueras se asoma temeroso un bicho raro gigantosamente pequeño. Los zapatos se me escurren entre los dedos como jugos de frutas tropicales.
Hace calor. La ciudad grosera y aguda se desvanece detrás y debajo de los vapores vidriosos que emanan de mi piel. Por las paredes de las casas bajas crece la selva carnosa.
Me dan tremendas ganas de pegarle un mordisco a un farol bananero. Se me estiran los ojos como víboras azules, se deslizan excitados y se enroscan a las cosas apasionadamente.
Es calor pero no viene de afuera. De dentro de todo.
La luz atraviesa edificios que no existen y llega a todas partes y en cada lugar nuevo que toca crece una forma que camina o que busca el cielo o que se esconde asustada de mis pies desnudos.
La ropa se me resume en casi nada. Ahora que ya estoy sola me explota el pelo y me brotan flores en la punta de los dedos. Un charco de agua oscura y olvidada refleja mi cuerpo de hembra.
Me calienta el aire y el pasto me acaricia. Los escarabajos invisibles me caminan hacia arriba haciéndome cosquillas.
En el cielo amarillo hay manchas naranjas de humedad. Parecen rostros. Uno es el mío. Me veo. Estoy desnuda entre las hojas y los frutos caídos a punto de pudrirse.